¿Cómo entendemos el valor asociado a la cultura? Una pregunta que atormenta a creativos buscando vivir de su oficio y agentes financiando instancias para que sus obras cobren vida. Para los primeros, la cultura tiene un valor inmensurable, tan profundo que dificulta su definición en términos prácticos y cuantificables; para los segundos, más afines a objetivos medibles, les cuesta entender que una impecable ejecución y exitosa puesta en escena cultural, no siempre logre generar retornos que permitan la continuidad de estos proyectos. Esta disonancia que entorpece consensos amplios sobre el valor de la actividad cultural, nos muestra que en ecosistemas creativos el valor de la cultura se mueve a los menos, en dos esferas contrapuestas; una sublime que se hace cargo del valor simbólico y emocional que es propios de sus componentes artísticos; y una pragmática que responde a la sostenibilidad de la actividad cultural. Entendiendo que ambas miradas son necesarias para co-crear espacios que mantengan viva y enriquezcan la cultura, se podría decir que este cortocircuito comunicacional no ayuda a potenciar al desarrollo cultural.
La falta de claridad en un valor principal que movilice a todos los actores que participan de las redes culturales, puede llevarnos a desaprovechar oportunidades que beneficien nuestro desarrollo humano a nivel social, como por ejemplo, nuestra necesidad de convivencia en comunidad. La capacidad de la cultura para unir personas a través de la emoción, re encantando y motivando a sus audiencias, tiene un impacto significativo en el fortalecimiento de lazos entre las personas. El desvanecimiento sostenido del espacio público, ese lugar compartido que sirve de punto de encuentro y goce entre distintas personas habitando una localidad, nos pone como desafío recomponer un perdido sentido de pertenencia y es aquí, donde la cultura contribuye al bienestar individual en base a una armonía con el colectivo.
La relevancia que tiene nutrir vínculos comunitarios profundos para generar realidades compartidas significativas y duraderas entre los variados actores culturales, es a mi parecer hoy el principal valor que podemos obtener de la cultura. Este foco está validada por las 246 ciudades creativas de la red de UNESCO, territorios repartidos por todo el mundo que adoptaron estrategias amplias de desarrollo en torno a su cultura local. Chile ya es parte de esta red, contando actualmente con dos dominaciones a su haber, las ciudades de Frutillar el 2017 y de Valparaíso el 2019, ambas reconocidas como “Ciudades Creativas de la “Música”. Actualmente existe además, una Red Nacional de Territorios Creativos que articula agendas territoriales en torno a las industrias creativas a lo largo del país, que busca fortalecer de forma colaborativa nuevas propuestas que ayuden a más ciudades chilenas obtener el prestigioso reconocimiento internacional.
Entonces, ¿cómo avanzamos en discusiones sin tropezarnos en las distintas miradas sobre el valor de la cultura? Un buen camino parece ser el ya abierto por Frutillar y Valparaíso, quienes hoy coordinan heterogéneas redes locales, nacionales e internacionales para potenciar la fibra creativa única de cada territorio, donde todos apuestan por los beneficios a largo plazo que implica trabajar en un fortalecimiento comunitario centrado en lo local.
Pamela Villamar
MSc Entrepreneurship, Consultora y Mentora en Emprendimiento, Cofundadora de Pichi slow-life, Board Member Patagonia Colab.
Créditos fotografia: Aporte de PER CORFO Valparaíso Creativo.